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Así fue mi última visita al Santuario de Las Lajas, la iglesia más bonita del mundo.
Artículo y fotos por: Karla Martínez
Un mismo lugar para seguir repitiendo:mi última visita a Las Lajas
Mi última visita al Santuario de Las Lajas empezó en la terminal de transportes de Pasto a las 2:00 p.m. Hacía frío y dentro de dos horas y media, lo que dura el trayecto hasta Ipiales, estaría haciendo aún más frío. La buseta que tomé se llenó por completo; el único asiento libre que quedaba era el del copiloto. Así, viajé al lado del conductor que, para mi sorpresa, no me habló hasta que llegamos y me dijo: “hasta luego, niña”.
Visitar Las Lajas para un pastuso que no vive en Pasto es casi una obligación cada vez que vuelve a Nariño, sea cual sea su religión. Ya perdí la cuenta de las veces que he hecho este mismo paseo, pero esta vez extrañé hacerlo como las otras; en familia y haciendo la misma parada de siempre en El Pedregal para comer arepas de harina de trigo o maíz tostado, antes de llegar a Ipiales.
Hay dos maneras de llegar hasta el Santuario, el cual está construido sobre el cañón del río Guaitara, para ser más precisos: la primera es a pie y la segunda por teleférico, que de hecho fue inaugurado hace dos años. Yo escogí la primera opción. Son sólo quince minutos de bajada por un camino empedrado en el que hasta la mitad del recorrido hay varios puestos de venta de comidas y de recuerdos como bufandas, gorros, veladoras para hacer bendecir en la iglesia y pequeños envases de plástico para llevar el agua bendita que sale de forma gratuita de la escultura de un ángel. Yo aproveché para comprarme unos guantes que me costaron 5.000 pesos porque mis manos empezaron a ponerse rojas del frío. Llega un momento en el que los puesticos de venta desaparecen y, en su lugar, aparecen muchas placas pegadas al muro de la montaña: son agradecimientos y peticiones que muchas personas le hacen a la Virgen de Las Lajas. Desde la primera placa se considera que el territorio es sagrado y por esa misma razón no se permite ningún puesto de ventas. Muy cerca ya del Santuario también está la escultura de un mendigo que no le pedía dinero a la gente para él sino para la construcción de la iglesia a principios del siglo XX.
Distancia desde Pasto: Aproximadamente 90 km
Tiempo de llegada: Aproximadamente 2 horas y media
Costos de transporte: Aproximadamente $ 22.000 pesos ida y regreso
Costos de entrada: $0 pesos
La gente suele hacer varias paradas para tomar fotografías desde arriba. Yo ya había tomado muchas fotos así años anteriores, así que esta vez seguí mi camino hacia el Santuario, el cual está sobre un puente a la altura de 50 metros. Suelen decir que por debajo de este rondan duendes. Esa es una historia que escuché desde pequeña. Muchas personas que trabajan en este lugar como los vendedores, o el señor que está siempre ofreciéndole a la gente tomarles fotografías instantáneas, confirman los rumores. Lo cierto es que yo nunca he visto ninguno.
En frente de la iglesia hay un lugar especial para dejar las veladoras y hacer plegarias, y a su izquierda hay un nuevo camino donde hay mesas y nuevamente algunas tiendas de comida. Algunas familias llegan desde temprano a Las Lajas y llevan su almuerzo para comer ahí, otras se van a El Charco, que es un barrio tradicional de Ipiales donde solo venden dos platos: gallina o cuy. Cuando voy con mi familia, el almuerzo ahí es infaltable al hacer parte de la rutina del paseo, además de ser típico de las familias nariñenses, aunque yo no lo disfruto mucho.
La iluminación de la iglesia en la noche, que también está desde hace relativamente poco, fue la mejor parte de esta última visita. Las sensaciones cambian. De noche se siente más la magia de lugar y vale la pena gastar todo el tiempo necesario para lograr una buena foto. Eso sí: se siente mucho más el frío, pero no hay lío porque este se puede solucionar de dos maneras: con un tinto o con un hervido, una bebida caliente hecha de pulpa de frutas y aguardiente. Claramente, la segunda es más efectiva que la primera.
Después de varias fotos y siendo casi las 7:00 p.m., ya era hora de regresar. Esta vez opté por usar el teleférico. Pagué 10.000 pesos. Como todo estaba muy oscuro y no había mucha iluminación, tuve un poco de miedo, pero el recorrido no duró más de cinco minutos. Lo que seguía ahora era lo mismo que al principio del recorrido del día: ir hacia la terminal, esta vez la de Ipiales, y tomar una buseta hacia Pasto. La sensación que queda al final siempre es la misma: quedar con la idea de que cada vez ese mismo lugar está más lindo que la última vez y que siempre habrá algo nuevo que ver o probar.
